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Esto me hizo pensar en que tan curioso es que nosotros como
católicos nos preocupamos tanto por cosas tan superficiales que nos olvidamos de cuidar y proteger a los más necesitados y oprimidos. Nos olvidamos de Dios por cosas de Dios, y nos encerramos en nuestro mundo y en nuestra burbujita de cristal. Preferimos llevar una fe vana y sin vida que una llena de la presencia de Dios. Rezamos, rezamos y rezamos pero a la hora de la hora somos como Herodes que no quiso ponerse en marcha para ir a adorar a Jesús, aquel rey que había nacido.
Miren, su Santidad el Papa Francisco
recientemente termino su viaje por América Latina el cual había iniciado desde
el pasado 6 de Julio del 2015 y que concluyó el 12 de Julio del mismo año. En
este viaje, el Sumo Pontífice visito los países de Ecuador, Bolivia y Paraguay;
Y como había de esperarse, el Papa no pudo ocultar su sonrisa y se mostró feliz
de haber podido regresar a América Latina de donde es proveniente. A lo largo
de toda la semana que duro su visita en el continente Americano, El Papa de los
pobres como muchos le llaman, celebro numerosas misas, y dio múltiples
discursos.
El Papa en su discurso inicial al llegar a
Ecuador nos recordaba lo que les acabo de decir. Él decía: “Nosotros, los cristianos, identificamos a
Jesucristo con el sol, y a la luna con la Iglesia y la Luna no tiene luz propia y si la Luna se esconde del Sol se vuelve oscura. El Sol es Jesucristo
y si la Iglesia se aparta o se
esconde de Jesucristo se vuelve oscura y no da testimonio.” Muchos de nosotros creyentes nos hemos
apartado de Dios y hemos dejado que la Luz de Cristo que nos envolvía se
apague. Es por eso que tenemos nuevamente que convertirnos y dejarnos abrazar
por ese Dios de amor que derrama sus bendiciones sobre nosotros y nos hace
vibrar al llenarnos de amor y felicidad.
Dejemos a un lado
tantas críticas y peleas, solo así nos podremos abrazar todos como hermanos y
hermanas en el amor. Pero si no lo hacemos, si criticamos, si juzgamos, si
peleamos, si nos alejamos de la luz, nos volvemos egoístas. Caemos en el mismo
juego de tantas personas capitalistas que solo se preocupar por obtener dinero
sin importar la explotación de tantas personas pobres y marginadas. Caemos como
lo dice el Papa Francisco en el juego del descarte. Esclavizamos el corazón. “Porque todos sabemos
que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el corazón y no dejan que el
corazón sea libre: la explotación, la falta de medios para sobrevivir, la
drogadicción, la tristeza, todas esas cosas nos quitan la libertad.”
El ir a la
iglesia, el ir a misa, el rezar no sirve de nada si no ponemos en práctica lo
que predicamos y escuchamos. No solo se trata de rezar, comulgar e ir a retiros
si vivimos en una iglesia encerrados sin salir y sin predicar el evangelio a
base de nuestras acciones. Hay tantas personas que mueren de hambre cada día. Y nuestras oraciones no les darán de comer. Hay tantas personas que dependiendo el tiempo mueren de frio o calor. Hay
tantos hermanos y hermanas inmigrantes que tienen que escapar de su país natal
enfrentándose a tantas adversidades que ni nos podemos imaginar pero los
hacemos sentir como basura al llamarlos ilegales, esto sin darnos cuenta que
todos somos uno solo. Todos formamos parte de la raza humana. Tal vez suena
fuerte todo lo que les digo pero no soy el único que lo piensa. En su viaje a
Paraguay el Papa dijo: “Por mas misa de los domingos, si no tenés un corazón
solidario, si no sabes lo que pasa en tu pueblo, tu fe es muy débil o es
enferma o está muerta. Es una fe sin Cristo, la fe sin solidaridad es una fe
sin Cristo, es una fe sin Dios, es una fe sin hermanos.”
Si queremos vivir una fe sin hermanos, demos no cuenta que también somos unos huérfanos. Unos huérfanos, porque no tenemos madre. Ni madre, ni padre, ni seres queridos a quienes cuidar y proteger con el amor y trato afectivo que proviene de Dios. Es por eso que yo hoy con un fuerte grito interior me reto y nos retó a todos a que vivamos siempre en el amor. Lo he dicho antes pero lo vuelvo a repetir. Cualquier cosa que no sea amor no existe. Pero si eres una de esas personas que tiene un amor enfermizo dentro de sí, deja ya de ser tan egoísta y no discrimines más. No te quieras creer superior a alguien más pues puede ser que algún día necesites de ellos. Hay que darnos cuenta ya que no podemos seguir creando divisiones, ni rencores, ni guerras, ni peleas. No podemos seguir criticando, juzgando, oprimiendo, o aislando. No podemos discriminar, ni ser racistas, ni sexistas. No podemos pensar que nuestras acciones no afectan a otros cuando todos estamos íntimamente relacionados los unos con los otros.
Tenemos que vivir anhelando y luchando por un mundo unido. Un mundo donde cristianos, musulmanes, budistas, islámicos e hindús podamos todos juntos sentarnos a la mesa a comer como hermanos y hermanas del amor. Un mundo donde los inmigrantes, los pobres, los oprimidos, los aislados, los discriminados, los juzgados, los rechazados y tantas personas oprimidas y explotadas ocupen el lugar central de la sociedad junto con tantas y tantos niñas y niños abandonados y tantos ancianos olvidados. Tengamos todos uno anhelo de esperanza, un anhelo de paz, un anhelo de perdón, un anhelo de amar, un anhelo de unidad.
En la homilía que dijo el Papa Francisco en Quito, Ecuador durante la santa misa dijo que “El anhelo de unidad supone la dulce y confortadora alegría de evangelizar, la convicción de tener un inmenso bien que comunicar, y que comunicándolo, se arraiga; y cualquier persona que haya vivido esta experiencia adquiere más sensibilidad para las necesidades de los demás (cf. Evangelii Gaudium 9). De ahí, la necesidad de luchar por la inclusión a todos los niveles, luchar por la inclusión a todos los niveles evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la colaboración. Hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas. «Confiarse al otro es algo artesanal, porque la paz es algo artesanal» (Evangelii Gaudium 244), es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Y esto a costilla de los más pobres, de los más excluidos de los más indefensos, de los que no pierden su dignidad pese a que se la golpean todos los días. Esta unidad es ya una acción misionera «para que el mundo crea». La evangelización no consiste en hacer proselitismo, el proselitismo es una caricatura de la evangelización, sino evangelizar es atraer con nuestro testimonio a los alejados, es acercarse humildemente a aquellos que se sienten lejos de Dios y en la Iglesia, acercarse a los que se sienten juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y puros, acercarnos a los que son temerosos o a los indiferentes para decirles: «El Señor también te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor» (Evangelii Gaudium 113). Porque nuestro Dios nos respeta hasta en nuestras bajezas y en nuestro pecado. Con qué este llamamiento del Señor, con qué humildad y con qué respeto lo describe en el texto del Apocalipsis: “Mira, estoy a la puerta y llamo, si quieres abrir” No fuerza, no hace saltar la cerradura, simplemente toca el timbre, golpea suavemente y espera, ese es nuestro Dios.”
Dios es un Dios de amor pero nosotros lo hemos distorsionado. Nos enfocamos más en que somos pecadores, malos, e inútiles que se nos olvida que somos llamados a ser sacerdotes, profetas y reyes. Se nos olvida que Dios nos adquirió de un linaje elegido al más alto precio. Se nos olvida que estamos llamados a la Santidad. Más aún se nos olvida que la santidad la llevamos dentro y solo hace falta manifestarla. Vivimos atrapados en una era del tiempo donde tenemos al dios de la inquisición, y no al Dios que es amor. Hemos distorsionado a Dios al mismo nivel que lo hemos hecho con nuestras vidas, las vidas de los demás, y el medio ambiente. El medio ambiente y a nuestro planeta la tierra también lo hemos descartado. Esto por unas cuantas personas que se creen dueñas de algo que no les pertenece. Se han adueñado de los animales, los bosques, el petróleo, y elementos naturales incluyendo metales y piedras preciosas. Hemos acabado con tantas especies de animales hermosos que antes caminabas en nuestro planeta y nos hemos olvidado nuevamente de lo que en verdad se nos encomendó hacer. Nuevamente el Papa Francisco en este viaje que hizo a América Latina nos dijo que “Ya desde el Génesis, Dios le susurra al hombre esta invitación: cultivar y cuidar. No solo le da la vida, le da la tierra, la creación. No solo le da una pareja y un sinfín de posibilidades. Le hace también una invitación, le da una misión. Lo invita a ser parte de su obra creadora y le dice: ¡cultiva! Te doy las semillas, te doy la tierra, el agua, el sol, te doy tus manos y la de tus hermanos. Ahí lo tienes, es también tuyo. Es un regalo, es un don, es una oferta. No es algo adquirido, no es algo comprado. Nos precede y nos sucederá. Es un don dado por Dios para que con Él podamos hacerlo nuestro. Dios no quiere una creación para sí, para mirarse a sí mismo. Todo lo contrario. La creación, es un don para ser compartido. Es el espacio que Dios nos da, para construir con nosotros, para construir un nosotros. El mundo, la historia, el tiempo es el lugar donde vamos construyendo ese nosotros con Dios, el nosotros con los demás, el nosotros con la tierra. Nuestra vida, siempre esconde esta invitación, una invitación más o menos consciente, que siempre permanece. Pero notemos una peculiaridad. En el relato del Génesis, junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se explica a partir de la otra. Una va de mano de la otra. No cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva. No sólo estamos invitados a ser parte de la obra creadora cultivándola, haciéndola crecer, desarrollándola, sino que estamos también invitados a cuidarla, protegerla, custodiarla. Hoy esta invitación se nos impone a la fuerza. Ya no como una mera recomendación, sino como una exigencia que nace «por el daño que provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en la tierra. Hemos crecido pensando tan solo que debíamos “cultivarla” que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados quizás a expoliarla... por eso entre los pobres más abandonados y maltratados, que hay hoy día en el mundo está nuestra oprimida y devastada tierra” (Laudato si’ 2).”
Es hora de que nos levantemos y luchemos por lo que verdaderamente vale la pena. Cuidemos, amemos y respetemos nos los unos a los otros. Velemos por nuestra casa común que es la tierra y no nos cansemos de hacer el bien. Aun cuando te enojes, ten en cuenta que pronto pasara. Solo sonríe y da amor. La clave de todo es el amor.
Mis queridos y amados jóvenes. Compañeras y compañeros míos, seamos protagonistas. Nosotros somos los que podemos hacer el cambio en este mundo. Dios es quien nos sostiene. Dios es quien nos da la fortaleza de seguir luchando día con día. Dijo el Papa Francisco que “Conocer a Dios es fortaleza, o sea, conocer a Dios, acercarse a Jesús es esperanza y fortaleza; y eso es lo que necesitamos de los jóvenes hoy: jóvenes con esperanza y jóvenes con fortaleza, no queremos jóvenes debiluchos, jóvenes que están “ahí no más”, ni sí ni no, no queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes, queremos jóvenes con esperanza y con fortaleza ¿por qué? porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios, porque tienen un corazón libre.”
Jóvenes, hagamos lio. Dejemos ver que somos el presente del hoy y no el futuro de mañana y pongamos en práctica el lio que nos dice nuestro Papa.
“¡Hagan lío! pero también ayuden a arreglar y
organizar el lío que hacen. Las dos cosas ¿eh? Hagan lío y organícenlo bien. Un
lío que nos dé un corazón libre, un lío que nos dé solidaridad, un lío que nos
dé esperanza, un lío que nazca de haber conocido a Jesús y de saber que Dios a
quien conocí es mi fortaleza. Ese es, debe ser, el lío que hagan.”
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